Hace algunos años, el estudio del cáncer parecía estar llegando a ese punto. Entre el 2000 y el 2012 se registraron en la página del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (el acervo mundial de publicaciones médicas) alrededor de 1 200 000 textos sobre la temible enfermedad. De 2012 a 2024 —el mismo lapso de tiempo—, se han publicado más del doble. A pesar de ello, muchos hallazgos, que en un inicio parecían prometer nuevas terapias, terminaron siendo solo una infinitésima pieza más en el gran rompecabezas de la célula.
A lo largo de los años, la inteligencia artificial ha sido definida de múltiples maneras; no obstante, casi todas sus definiciones resaltan la idea de extender la capacidad de una máquina para resolver tareas utilizando inteligencia humanoide. Si bien este concepto es veraz, me gustaría precisar que más que ampliar la capacidad de una computadora, la inteligencia artificial es la extensión de nuestra propia inteligencia a través del uso del poder computacional: algo así como un supracerebro capaz de manejar cantidades inmensas de información mientras aprende sobre ella.
Hasta hace unos años comenzó a ganar fuerza la idea de utilizar modelos digitales de pacientes en la ciencia. La posibilidad de crear una réplica virtual de un paciente a través de la modelación de su información genética y su entorno nos provee de un sinfín de posibilidades para la generación de ensayos clínicos y el desarrollo de nuevos fármacos para el tratamiento de enfermedades como el cáncer. Cada uno de nosotros tenemos una combinación única de atributos génicos e influencias ambientales que nos hacen susceptibles de manifestar efectos completamente diferentes ante la administración de un mismo tratamiento.
A través de los gemelos digitales podemos probar cientos de tratamientos en múltiples clones del mismo paciente, cada uno inmerso en condiciones distintas. De esta manera, se podría administrar el tratamiento más eficaz y evitar el más perjudicial para cada persona.
El uso de la inteligencia artificial permitiría que los gemelos digitales aprendan a optimizar mejores aproximaciones conforme más información del paciente se les proporcione. Imaginemos un futuro en el que diferentes accesorios miden múltiples variables de nuestro cuerpo en tiempo real y las transfieran a nuestro gemelo digital. Obtener la información de nuestros genes sería tan accesible como hacerse una prueba de sangre; y podríamos alimentar constantemente al gemelo digital con nuestra información genética para formular predicciones sobre el desarrollo de nuestro cuerpo.